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ACERCA DE LOS PRÓLOGOS

Jorge Luis Borges

Jorge Luis Borges

Prologar, comentar, hacer la crítica de una obra de amigos o de un poeta o narrador lejano en tiempo y espacio no me resulta sencillo hasta encontrar las primeras palabras que sean fieles a lo que siento frente a los textos. De cualquiera de ellos, me interesan, por sobre todo, el concepto y el hilo emocional que lo provoca y justifica, luego me tomo la atribución de creer en lo que percibo y paso al intento de objetividad. Una vez dado ese paso, unas primeras palabras, y de atisbar la intención creativa de la obra, el trámite se facilita. Es entonces cuando rebusco entre las estéticas, estilos, concordancias —me gusta nombrarlas—, sea por forma o semántica. Y siempre las hay.

Creo que no tengo modos —al menos conscientemente— de encarar un comentario, pero debo reconocer que no me provoca lo mismo analizar textos de Reinaldo Arenas o Romilio Ribero que la obra de un amigo, para la cual, infiero, tengo una “colocación” distinta por cercanía o amistad y por ende un discurso diferente, que creo más cálido y
menos preceptivo.

Graciela Maturo

Graciela Maturo

Me agradan mucho los prólogos, pero mucho más los análisis preliminares; extraño aquellas ediciones económicas de Kapelusz. Me divierten los esfuerzos que se hacen para ensalzar la obra que procede o precede al comentario y que muchas veces, son superiores a la obra en sí; también me divierten las observaciones equívocas de algún
prologuista o analista. Para el caso cito el extenso análisis que hizo Rama Prasad del texto anónimo
“Zivagama” (editado para el mundo hispanohablante como “Las fuerzas sutiles de la naturaleza”), en donde se desatina en unvano esfuerzo por traducir una idea oriental milenaria al mundo occidental actual.
No considero los prólogos como subgénero, me parecen simples alusiones sobre la verdadera obra artística, creo que un prólogo es a un libro como un sombrero a la cabeza cuando es de noche y no llueve (dejo abierta la posibilidad al frío). Claro que a todos nos gusta elegir un nombre que nos tenga para bien, que nos ayude a ser consentidos a la
hora de la lectura de nuestra obra. Yo he recurrido a ese embeleco varias veces y no lo menosprecio. Desde
hace unos años, hago mis propios preliminares.
Antonio Aliberti

Antonio Aliberti (1938-2000)

Son muchos los prólogos que me han impactado y enseñado, pero los de Borges, sin duda, resultan insuperables por síntesis y profundidad, y siento la rara felicidad de su relectura; sus torsiones sintácticas, con muy pocas y precisas palabras, lo dicen todo de un modo inesperado, tal como lo hizo en sus conferencias de Siete noches, que son prólogos

para libros que no existen. Quizás en el caso de Borges pueda hablarse de subgénero
literario, acaso del mismo orden que los ensayos de Maeterlinck.
Un prólogo que me sorprendió particularmente fue el del libro “Antes que anochezca”, de Reinaldo Arenas, escrito por Mario Vargas Llosa —escritor con el que nada comparto—. No puedo negar que la presentación que hace de la crónica de Arenas  es de excelencia, aun considerando que esta obra de Arenas fue tomada, en ese caso, como baluarte anticastrista; pero siento que debo ser fiel al asunto literario, valorando lo digno de autores non sanctos en el terreno humanitario.
Entre los nuestros, y desde el punto de vista analítico de fondo y forma, no puedo soslayar a Anderson Imbert ni a Manuel Gálvez, tampoco a Graciela Maturo, que “ve” las obras filosóficamente, ni a Antonio Aliberti, que hizo tantos, y “veía” las entrelíneas como si estuvieran escritas.
No me gustan los prologuistas que simplemente tienen facilidad de palabra (más vanidad que carne, y son muchos nombres resonantes que no citaré aquí), que suben las ramas de un árbol ilusorio; quienes, subliminalmente, nos dicen “miren lo que soy capaz de pensar y decir”; tampoco me agradan los academicistas que dividen palabras (de-canta, re-clama, re-viste, etcétera) y establecen paralelismos incomprensibles con asuntos de la mítica profunda o que encuentran torres de cristal donde sólo hay un amor frustrado (siempre hay un amor frustrado, y mencionar en algunos casos una torre de cristal es como decir que es mejor pasarla bien que pasarla mal).
Creo que cuando aparece una verdadera cosmogonía, recién entonces se puede hablar de una torre de cristal.
Ricardo Rubio

Ricardo Rubio

19 septiembre 2015 Posted by | ANTONIO ALIBERTI, ENRIQUE ANDERSON IMBERT, GRACIELA MATURO, JORGE LUIS BORGES, MANUEL GALVEZ, MARIO VARGAS LLOSA, MAURICE MAETERLINCK, RAMA PRASAD, REINALDO ARENAS, RICARDO RUBIO, ZIVAGAMA | , , , , , , , , , | Deja un comentario

CREACIÓN DE CUENTOS, por Enrique Anderson Imbert (1910-2000)

Enrique Anderson Imbert

Enrique Anderson Imbert

Sí, “el arte es creación, no imitación”, pero ¿qué es lo que el artista crea? Formas. ¿Qué clase de formas? Estéticamente valiosas. Sí, pero ¿qué es lo común entre las formas de la pintura, la escultura, la arquitectura, la música, la danza, el drama, la poesía, la narración? Lo común es que son formas simbólicas.
Es decir, que el artista, sirviéndose de diferentes medios -pigmentos, piedras, sonidos, cuerpos, voces, etcétera- se expresa con símbolos de una experiencia personal. Símbolos que, abstraídos de la mente, transfiguran la vida natural en virtual. La vida que se refleja en una obra de arte es aparente, ilusoria,
virtual como la imagen que se forma en los espejos.
El proceso de la creación artística no sale de la nada. Sale de una mente, y esta mente a su vez, ha sido formada por el cerebro, el habla y la cultura del creador. La creación no es espontánea, directa, efusiva. Arranca de una toma de conciencia, de la intención de objetivar la propia subjetividad. Este deliberado distanciamiento de la realidad es mayor en la literatura que en las demás artes porque se establece mediante la palabra, que es un concepto, o sea, una forma lógica. Aun en un poema las intuiciones por líricas que sean, aparecen estructuradas en frases con sentido lógico. En un cuento, que por lo general nos ofrece el espejismo de lugares, épocas, personajes y acontecimientos entretejidos en tramas complejas, las intuiciones poéticas aparecen siempre acompañadas por todas las funciones mentales: sentimientos, percepciones, fantasías, recuerdos, ideas, deseos. A veces domina ce domina el sentimiento, a vces la fantasía o la inteligenca y así. Los símbolos de la literatura representan una realidad ausente. De aquí que el cuento sea una
esfera autónoma, independiente del universo físico.
En mi Teoría y técnica del cuento intenté una definición:
“El cuento es una narración breve, generalmente en prosa, que por mucho que se apoye en un suceder real revela siempre la imaginación de un narrador individual. La acción -cuyos agentes son hombres, animales humanizados o cosas animadas- consta de una serie de acontecimientos entretejidos en una trama donde las tensiones y distensiones, graduadas para mantener en suspenso el ánimo del lector, terminan por resolverse en un desenlace estéticamente satisfactorio”.
Yo podría explicar cómo escribí tal o cual cuento (cada uno de ellos tiene su propia historia) pero cuando me han preguntado “¿cómo escribe sus cuentos?” mis respuestas fueron demasiado simples. He aquí una:
El esfuerzo narrativo, como el esfuerzo intelectual, se cumple en un movimiento de vaivén. Por ejemplo. De pronto me siento excitado por una intuición poética, un suceso, un recuerdo, un conflicto, un disparate, una anécdota o una lectura. Me interesa la crisis de una voluntad que no se decide a emprender cierto curso de acción o que, si ya se ha decidido, choca con obstáculos y hay que esperar hasta ver si triunfa o fracasa. A veces siento el deseo de desahogarme, de contrariar un lugar común o de dar un nuevo sentido a un viejo argumento. De este modo, con la imaginación excitada, de un salto me transporto de un problema a su solución. Es un viaje circular, pues en seguida regreso de la solución al problema para repetir el trayecto desde el punto de partida hasta el punto de llegada, sólo que en esta segunda fase ya no vuelvo a saltar sobre el vacío en un rapto puramente imaginativo sino que, con el lápiz en la mano e inclinado sobre el papel, abriéndome paso entre las palabras más adecuadas, doy a mi visión un cuerpo verbal. Es el cuento. Las frases del principio preparan las del fin; y desarrollo el medio con la estrategia necesaria para que el lector mantenga su atención. El desenlace tiene que ser una observación profunda, una sugerencia misteriosa, un dilema, sobre todo una sorpresa. Nunca empiezo a escribir un cuento si no estoy seguro de que el principio y el fin han de encajar perfectamente, con un ¡clic! El medio, en cambio, es lo de menos. Tanto es así que, en el proceso de la creación, los personajes, la época, el lugar, la atmósfera pueden cambiar; lo que no cambia es la intriga y su desenlace.

23 octubre 2013 Posted by | CUENTO, ENRIQUE ANDERSON IMBERT | , , | Deja un comentario

   

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