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DON JOSÉ MARTÍNEZ-BARGIELA por Susana Lamaison

El Poeta Don José Martínez-Bargiela

                                                                                                                     por Susana Lamaison

 

José Martínez-Bargiela

 

El hábito de asistir juntos al Café Literario “Antonio Aliberti”, en el Café Montserrat, los viernes, y los sábados a La Luna Que, en casa de Ricardo Rubio, fue la oportunidad de conocer profundamente a Don José Martínez- Bargiela y de haber disfrutado de la lectura de sus poemas.

El hecho de haber compartido con él, y Ricardo Rubio y Carlos Kuraiem, los dos últimos encuentros literarios me autoriza particularmente a hablar del queridísimo amigo.

José estaba urgido por un afán singular esa tarde del sábado en que nos habíamos encontrado en una confitería sobre la Avenida Cabildo, para acortar los viajes que tenía hasta su casa. Quería terminar de seleccionar los últimos poemas para la que –sin saberlo entonces– sería su obra póstuma Monodiazul. Ya, el título de una antología había sido un placentero motivo de análisis, un par de sábados antes.

Miguel Brascó, Graciela Maturo, José Martínez-Bargiela y Ricardo Rubio.

José, con su presencia, honraba e iluminaba cada encuentro. Era de pocas y certeras palabras, buen oyente y excelente amigo. Asombraba la cantidad de textos que producía de una semana para la otra, y les restaba importancia a todos a pesar de que le pidiéramos con deleite la repetición de alguna lectura para disfrutarla. Es más, leía apresurado como quien quita valor a lo que está leyendo en una actitud de terminar rápido para dar lugar al siguiente lector.

Esta cuestión de ser del Norte de la ciudad, hacía que al final de cada reunión cultural regresáramos juntos en el mismo vehículo: yo hasta Belgrano y él hasta Olivos. Su compañía me resultaba grata y casi familiar. Me gustaba cuidarlo al subir o bajar, o en alguna irregularidad de la calle, y él se resistía con esa hidalguía de quien no ha admitido, por la intensidad con que ha vivido y por la actividad incesante, que los años van pasando para todos.

Otras temas nos unían y eran su condición de gallego, que me remitía a mis abuelos maternos coruñenses; su conversación rica en anécdotas de la Belle Epoque porteña, que también me evocaba los relatos de mi madre, y su vocabulario vasto y sorprendente como no he conocido otro, por lo menos hablado y presente.

Don José era un hombre de una profundidad abismal, de una laboriosidad sin límites y de una educación y corrección incomparables.

Siempre actualizado, el mundo lo inquietaba. Había conocido los rigores de la guerra y los del autoexilio y también por su amplio criterio, su prodigiosa memoria y sus numerosos años, tenía juicios de valor muy acertados con respecto a nuestro tiempo, modales, conductas y lenguajes. Tampoco le era ajeno lo político, tema en el que respetuoso de todos se definía con claridad.

El crimen de los carboneros, cuento.

Esa tarde yo pedía ayuda para terminar con mi poemario y a él lo apuraba la idea de concluir el suyo. Innegable poder del inconsciente que le diría seguramente que era nuestra última tarde. Estaba atento e inquieto, y escuchamos como siempre con el mayor cuidado cada texto. Nos cambiamos de mesa porque él sentía frío; en ese instante, nadie pensó que quizás esto significara algo.

Hay un detalle sí que no puedo soslayar. Al retirarnos, cruzamos las puertas de la Confitería La Farola de Saavedra. Eran las 19, y se escuchó fuertemente el tañido de las campanas de la Parroquia de San Isidro Labrador. En el alboroto de la conversación y debido a la prolífera producción de nuestro poeta, ignoro por qué, se me ocurrió la idea de pedirle que me escribiera para el siguiente encuentro poemas sobre campanas.

También debí atender al siguiente fallido que me impulsaba a acompañarlo como siempre hasta la parada, pero, esa vez erradamente, en el sentido contrario al suyo, al que correspondía a su casa. Era evidente que no quería separarme.

Me invadió entonces el recuerdo del film basado en la novela de Ernest Hemingway Por quién doblan las campanas. Quedé pensando en esas campanas que no dejaban de sonar, o que por lo menos lo hacían de una manera en que nunca las había escuchado.

Ya en casa, a solas, fui a los libros: tradicionalmente en las aldeas las campanas de la iglesia llamaban a misa, auguraban catástrofes, anunciaban muertes o proclamaban nacimientos.

También encontré de dónde procedía el título de la famosa novela. Se trata de la «Meditación XVII» de Devotions Upon Emergent Occasions, obra perteneciente al poeta metafísico John Donne, y que data de 1624:

 

“Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra.; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la huma-nidad; por consiguiente nunca hagas preguntar por quién doblan las campanas: doblan por ti.”

El escultor, poemas.

No quise comprender. Las campanas lo llamaban, las campanas presagiaban su muerte, las campanas señalaban nuestro instante de despedida. Las campanas indicaban el final de nuestros encuentros, de nuestra amistad, de nuestra integridad.

Ninguno de los tres lo volvió a ver. El mensaje de texto del lunes siguiente por la tarde de Ricardo decía: “Murió José hace quince minutos.” Quedé partida como por un rayo y recordé las campanas.

Bien dice el refrán que nadie es profeta en su tierra. José trajo a Buenos Aires los nombres de las flores, de los pájaros, de los oficios de su tierra natal. Poeta de la naturaleza y del amor, del pasado y del cuestionamiento sobre el futuro, nos quedan su palabra inteligente y bella encerrada en sus numerosos libros, y su amistad sincera guardada en el corazón.

De su vasta obra, me cupo el placer de presentar su poemario Nudos de Sombra en el Centro Cultural Ribadumia, lugar que remite a un tema existencial más que poético en Don José, Galicia, que es una constante en sus textos. En su alma está afincada esa morriña que sienten todos los que por una u otra razón han debido emigrar de esa tierra meiga agraciada tan generosamente por la mano de Dios.

 

“Desguaza Galicia inédita

todos los oros cromáticos

en otoño.

Campanada sonora

de los vientos alisios

que la acosan

en la airosa riada.”

 

Hojas del palisandro, poemas.

Martínez-Bargiela era una persona de bien, un señor, en la más pura acepción de la palabra, un resabio de una sociedad extinguida de la cual las generaciones de hoy no tienen noción y que en su caso se advertía en la elegancia en el vestir, en la galanura de sus modales, en la mesura de sus comentarios.

Era difícil descubrir en este hombre moderado y discreto, que parecía querer siempre pasar inadvertido, al talentoso escritor, al incansable lector, al viajero infatigable, al experto traductor. Seguramente nadie imagina que tradujo el Manual de Instrucción del Portaaviones “Independencia”, el primero con que contó nuestra flota, alguien que como él tuvo tal manejo del lenguaje poético en lengua hispana.

Ingresar en la poesía de J. M. B. es recuperar la riqueza perdida de nuestra lengua. Decía a un tiempo con precisión y con preciosismo. La palabra en él no es un mero signo lingüístico; es un esfumino, un cincel, un diapasón de los cuales brotan las más exquisitas y conmovedoras imágenes. Sus palabras son cántaros, manantiales de los que emanan visiones, vivencias, sensaciones.

Afirmaba J. M. B.:

No todos podemos sentir,

no todos podemos amar,

no todos podemos soñar,

llorar, guardar un secreto,

confesarlo todo

sin vanagloriarnos.”

 

Yo agregaría que no todos podemos escribir como él lo hacía y manifestar lo que sentimos y soñamos y sufrimos, y que por su forma de lograrlo debería haberse vanagloriado aunque su humildad se lo impedía.

Decía Borges que lo importante es el nombre y que detrás del nombre está lo que no se nombra.

 

Por más señas y señales

digo llamarme Bargiela,

de Barxa, Barxiela, el hito…”

José Martínez-Bargiela y Jorge Luis Borges

 

Un hito en el camino de la literatura jacobea en lengua española, en este caso, poemas escritos en español pero cargados de la remembranza de una niñez de veleros transparentes y pájaros azules que volaron lejos.

Podrían seguirse sus pasos a través de este Poemario y observarse las etapas no siempre felices:

 

– los orígenes: “Nací con el Tejo verde que me dio el albur sagrado y el mágico precipicio en la inmortalidad de mi sangre

 

– la partida: “Cuando volé… mi aldea (donde nací) se tornó oscura leyenda de piedra”, “Sorprendentemente partí lento, vacío como un hurto flagrante”,” Fue arrogancia irme de mí mismo solitario”

 

– el viaje: “Salí ansioso de mi tierra, ansioso, igual a pescador de bajura”, “ Peregrino y náufrago de itinerario ignoto”

 

– la llegada: “Bodegón oscuro, Casa de Huéspedes, el favor de poder pagar

 

– las guerras: “El aplazo y los submarinos, guerra de por medio”,” “Las noticias censuradas de mis hermanos que en la guerra mueren en los partes diarios”, “anónimas muertes no enjuiciadas”, “La batalla, el puente volado sangra las cicatrices incurables de la guerra”

 

– el retorno:” Nada ni nadie retorna al mismo sitio, al cambio de sombras emigradas…”

 

– el amor: “Muero vivo y en ti renazco. Soy sólo tu mirada azul sobre una mariposa blanca. ¡Oh, amada mía, dame fiel cabida en el espejo, tu cuerpo arriba!”

 

– su poesía: “¡No hay tales conjurados! No me queman las pestañas, sólo escribo o trato”. “Entre colegas nado el riesgo. Intuyo asomar la cabeza a destiempo, el copete de algún verso estrábico me anzuela lírico”

 

– la soledad: “¿Por qué se apartan de mí, si fui lo que soy? José, de estar solo”

 

– la muerte: le habla a su corazón “Quiero morir en otoño tardío”  para concluir gloriosamente con “Déjame morir en el instante exacto”,Quiero tenerte por auténtico surtidor, sin aviso previo dejar el mundo, el aliento. Y continuar latiendo precisiones del pasado y el pluscuamperfecto del verbo amar”

 

José Martínez-Bargiela por Sciammarella.

La forma interior del lenguaje de la que hablaba Guillermo Humboldt o su naturaleza categorial que analizaba Bergson, y que tan claramente plantea Amado Alonso en sus Estudios Lingüísticos, encuentran una acabada manifestación en la terminología que emplea el autor de Nudos de Sombra. Para él las aves son oropéndolas, mirlos o ruiseñores, así como los árboles son sauces, abedules, álamos o rododendros; las flores, amapolas o violetas, y las frutas, manzanas o limones verdes.

Con la más absoluta naturalidad creaba campos semánticos y entonces el poema se poblaba de rebaños, apacentadores, ovejas, balidos, flautas, crías, berridos, sangre, y hasta aparecían los lobos. O el enjambre es miel, zumbido, abejorro, pétalo, azahar, néctar, almíbar, aguijones, alvéolos, polen.

El poeta evocaba y con ello, de algún modo, manifestaba su gusto por autores como Quevedo, Valle Inclan, Machado, Camoens, Poe, Neruda. José era de poco decir, tal vez por eso de ” Las palabras, oh las palabras, son de mucho admirar cuando andan o poco dicen… mejorarían si algo pretendieran decir y callaran”. El silencio que en él era ubicuidad, moderación, respeto y modestia se  convierte en rumor, bullicio, protesta, clamor en la medida en que volcaba sobre el papel la palabra y nos la cedía para que corroboráramos que supo conjugar acertadamente el Pluscuam-perfecto de Indicativo de AMAR, el más bello y generoso de  todos los  verbos.

Amigo, partiste en otoño tardío, La Luna se escondió y no tiene muchas fuerzas para seguir en lo alto. Tu silla vacía es una objetivización de nuestro hueco en el alma. Faltan tu presencia distinguida y serena; tu poesía hermosa y abundante; tu presencia templada y generosa. Y cuando estamos en el Café Montserrat, se hace difícil no verte, no contemplar la galanura de tu saludo a todo el mundo, no escuchar tu preocupación por avisarle a Pilar, que estabas bien y que no se preocupara.

Yo sé, José, que desde el espacio para los elegidos que ocupás, estás escribiendo para mí, un poema sobre las campanas…

Susana Lamaison

21 marzo 2018 Posted by | GRACIELA MATURO, JOSÉ MARTÍNEZ-BARGIELA, MIGUEL BRASCO, RICARDO RUBIO, SUSANA LAMAISON | , , , , | Deja un comentario

   

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